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Sé cuatro cosas sobre ti que te dañan

Sientes que eres responsable de arreglar todo en tu familia?

¿Tuviste que cuidar a tus hermanos en tu infancia o adolescencia?

¿Te convertiste en el o la confidente de tus padres, escuchando sus problemas de matrimonio, financieros o emocionales?

¿Siempre te has encontrado en medio de conflictos familiares, sintiendo que debes ser quien los solucione?

Si respondiste que sí a alguna de estas preguntas, es probable que seas la persona más leal de tu familia.

Y aunque eso puede sonar algo muy lindo, las consecuencias no son necesariamente lo son.

De hecho, es la misma razón por la que tal vez…

  • Experimentas ansiedad o ataques de pánico.
  • Te sientes responsable de resolver todos los problemas a tu alrededor.
  • Te encuentras con parejas que dependen de ti (tanto emocionalmente como económicamente).
  • No sabes identificar ni expresar tus propias necesidades emocionales.
  • Tienes problemas para concentrarte o recordar cosas.
  • Te sientes culpable al decir que no.

Precisamente estás son las consecuencias de la parentalización, un fenómeno que ocurre cuando a un niño o niña se le asignan responsabilidades paternales/maternales con sus hermanos o incluso con los propios padres. Este patrón es muy común en nuestra generación y no se limita únicamente a algo que venga de la relación con nuestros padres, sino que también involucra a nuestros abuelos.

¿Qué es la parentalización?

La parentalización es un patrón que se repite a lo largo de las generaciones y causa daños profundos.

Por ejemplo, cuando fallece el padre de familia y el hijo mayor se ve obligado a “tomar su lugar”, cuidando de sus hermanos e incluso de su madre. Ese niño, al crecer, podría exigir inconscientemente a sus propios hijos que hagan lo mismo por él, repitiendo el ciclo. Así, la parentalización se perpetúa, traspasándose a la siguiente generación.

Esta misma situación hace que la partalización forme parte de las lealtades familiares invisibles, una suerte de “deuda” emocional que pasa de una generación a otra. Los hijos parentalizados tienden a repetir este comportamiento con sus propios hijos, generando un patrón.

Es esta una de las razones por las que es común ver a personas de 30 o 35 años dedicando gran parte de su energía a cuidar de sus padres, como si fueran sus hijos, manteniendo relaciones sin límites claros, altos niveles de estrés y una profunda rabia interna que, generalmente, solo expresan con su pareja.

Las cadenas invisibles de la lealtad familiar

El gran reto de la parentalización es que rara vez es reconocida por quien la vive. Está tan normalizada que, probablemente, mientras lees esto, estés pensando: “Esto no tiene nada que ver conmigo”.

Pero si estás aquí leyéndome, es posible que este patrón te afecte más de lo que crees. No es coincidencia que te hayas suscrito a esta newsletter, que como has podido ver, no es muy liviana.

Desde una edad temprana, tal vez percibiste a tu papá o mamá como emocionalmente inestables, o como personas que no sabían bien cómo manejar las cosas. Tal vez sentiste que era tu responsabilidad cuidarlos, ya sea evitando “molestarlos” con tus problemas, tratando de mantener la paz en la casa o incluso defendiendo a tu mamá de tu papá o viceversa.

Si esto te resuena, es posible que sigas haciendo lo mismo hasta el día de hoy. Quizá aún sientes que es tu deber que tu madre no se sienta sola, o protegerla de alguna manera.

Esta es precisamente una lealtad invisible: una cadena que nos ata a través de la culpa.

Puede que ahora estés pensando: “Yo no lo hago por culpa, lo hago por amor”. Y claro, suena bonito. No dudo que el amor sea una parte de ello, pero te invito a observar tus emociones: ¿Sientes alguna resistencia cuando abrazas a tus padres? ¿Te incomoda visitarlos pero lo haces de todos modos? ¿Se te revuelve el estómago cuando estás con ellos? ¿Cuando te llaman te causa resistencia contestar, pero lo haces igual?

Todas esas cosas que sientes son realmente tus emociones, es tu rabia interna, es tu sensación de injusticia o de agobio que no te permites sentir.

La razón por la que no te permites sentir esas emociones, aunque físicamente las sientes igual y emocionalmente también (es tu ansiedad), es por una sola y inequívoca razón; por culpa.

Sé que esta situación puede estar tan normalizada para ti que cuesta verla, como me ocurrió a mí. Incluso estudié psicología con la esperanza de “sanar” a mi madre de sus ataques de pánico. Obviamente esto era una lealtad familiar.

Pero démosle una segunda mirada. ¿Te imaginas tener un hijo para que te sane? ¿Para que resuelva tus problemas o te defienda de tu pareja? ¿Le pedirías esto a una niña de 5 años? Probablemente no. Entonces, ¿por qué tú sí aceptas este peso?

Este patrón no solo es injusto, sino que también afecta profundamente nuestras emociones y relaciones, especialmente las de pareja. De hecho, quien ha experimentado parentalización tiende a elegir inconscientemente relaciones en las que repite el mismo rol de cuidador o rescatador. Algo que al menos en mujeres se conoce como el síndrome de Wendy.

Rompiendo el ciclo:

Nuestros padres son responsables de su vida y nosotros de la nuestra.

El rol de los padres es cuidar de los hijos, NUNCA al revés.

Obviamente pueden haber modificaciones cuando ellos estén en sus últimos días (me refiero a partir de sus 80 años, si es que fueron buenos padres, sino no tienes ninguna responsabilidad), pero nunca antes.

Podemos dar vuelta los roles, pero ya sabes el tremendo daño que te produce a ti y a tu descendencia.

Los hijos de padres parentalizados suelen sentirse solos, abandonados emocionalmente, porque sus padres nunca cortaron el cordón umbilical con su familia de origen.

No sé expresar en pocas palabras el tremendo daño que me hicieron estas lealtades familiares, que lo peor de todo es que son invisibles.

Cuesta muchísimo verlas, es como explicarle a un pez qué es el agua.

Reconozco que este escrito es bastante duro y confrontacional, pero sinceramente, me habría encantado leerlo hace 10 años.

Te invito a darle una segunda mirada, a no cerrarte a la idea tan rápido.

Yo también creía que esto no tenía nada que ver conmigo.

Pero mírame, incluso usaba un apellido que no me correspondía legalmente por lealtad (Si no sabes a qué me refiero, aquí te cuento más).

Todo este escrito va con mucho cariño,

mi intención no es desafiar a nadie,

es sólo compartir lo que mí me abrió los ojos.

 

El primer paso, como en todo, es darse cuenta. 

 

Un abrazo,

Ignacio.

 

PD: La próxima semana continuaré hablando sobre este tema, aportando algunos recursos para salir de este ciclo tan doloroso.

Imagen del autor

Quién soy yo?

Mi nombre es Ignacio Urzúa, me dedico a realizar acompañamientos uno a uno para ayudar a las personas a identificar y romper patrones de pensamiento y comportamiento repetitivos que limitan su vida. Me centro en explorar la infancia y la historia familiar de mis consultantes para entender y abordar los conflictos recurrentes en sus vidas.

Los beneficios de este acompañamiento incluyen el desbloqueo de obstáculos en las relaciones, la mejora de la calidad de las relaciones, la identificación de creencias limitantes, la reducción del estrés y el fomento del amor propio. La mayoría de mis consultantes describen las sesiones como un gran despertar, al darse cuenta hasta qué punto repetían su historia familiar y dirigían su vida en base a sus heridas de infancia.

Estaré encantado de acompañarte en tu proceso. 

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