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El precio de andar salvando a todo el mundo (y cómo te está matando)

Te voy a decir algo que probablemente nadie más te va a contar. Ni tus amigos, ni tu familia, y mucho menos esas personas que te necesitan cada vez que les pasa algo. Si llevas un buen tiempo con malestares físicos o si la ansiedad no te deja en paz, te voy a explicar por qué directo al grano. Y no, no es por “estés”, ni porque “tengas mucha carga laboral”. Tiene que ver con alguna de estas tres razones.

Primero, si este es tu caso, probablemente siempre estás disponible para los demás. Lo que suena bonito, es algo que nuestra sociedad entiende como una característica de una buena persona, pero ¿sabes lo que es realmente? Es un veneno disfrazado de virtud. Al final estás para todo el mundo, menos para ti. Te has convertido en el héroe o heroína de todos, pero cuando te preguntan “¿qué quieres tú?” te quedas en blanco. Ni la más mínima idea. ¿Por qué? Porque estás tan desconectado de ti mismo que ya ni sabes lo que necesitas. Y ahí empieza el problema.

La segunda razón es aún peor: no pones límites. No es que no sepas ponerlos, es que tal vez te da miedo. No quieres quedar mal. No quieres incomodar. Te culpas si lo haces. Así que sigues diciendo que sí a cosas que realmente no quieres hacer, y eso, créeme, se paga caro. ¿Cómo? Tu cuerpo lo refleja, lo somatiza. Esa tensión en el cuello, ese dolor de cabeza constante, ese malestar en el estómago. Sí, todo eso es el precio que estás pagando por no poner los límites que deberías.

Y luego llegamos a la guinda de la torta: no te permites sentir rabia. Te han vendido la idea de que la rabia es mala. Que es peligrosa, ya que puede que asocies la rabia con violencia. Y entonces, cuando aparece, en lugar de sentirla, la contienes. Te repites a ti mismo cosas como “no debería sentirme así”, “no debería enojarme”. Y lo que es peor, tal vez incluso te fuerzas a perdonar. A comprender. A ser la persona madura. Lo que no es que esté “mal” pero en todo este proceso te saltas el primer paso, que es sentir lo que realmente sientes.

Permíteme decirte una cosa que te ahorrará años de terapia: las emociones no se evaporan. Se quedan ahí, atascadas. Y lo que no procesas, lo somatizas tarde o temprano o, peor aún, lo repites (en esto se basa todo lo transgeneracional). Así es como la rabia reprimida se transforma en ansiedad, angustia o dolor físico. Es decir, toda esa energía que reprimes y no expresas terminas descargándola contra ti.

Aquí es donde entra lo importante: la rabia no es mala. Es más, es absolutamente necesaria. La rabia es lo que te permite poner límites. No esos límites de “no me busquen cada que ve que haya un problema”, no. Me refiero a los límites contigo mismo. El primero y más importante de todos: A nuestra propia conducta. Deja de negociar contigo.

¿De verdad quieres ir a ese lugar? ¿Realmente tienes ganas de juntarte con esas personas? ¿De verdad tienes ganas de participar en cada problema que surge en tu familia? Si la respuesta es no, entonces di no. Sin excusas. Y lo más importante: cúmplelo.

Sé que suena fácil decirlo, pero en realidad la única razón por al que puede ser difícil hacerlo es cuando ni siquiera eres capaz de sentir esa rabia que es combustible necesario para poner límites. Ahí está el truco. Si no sientes tu rabia no podrás mantener esos límites, simplemente porque estás en total desconocimiento del daño que te provoca seguir diciendo que sí cuando tu cuerpo está gritando que no. Hay una frase que dice la frase “No se puede sanar el dolor que no te permites sentir”.

Mientras más reprimes tu enojo, más te desconectas de ti mismo. Y cuando eso pasa, olvídate de la autenticidad, porque ni siquiera sabes lo que realmente quieres.

En resumen, el primer paso para sanar cualquier cosa, ya sea física o emocional, es permitirte sentir tu enojo. Sin juicios, sin culpas. Sentirlo. Dale un espacio. Escríbelo, pégale a un cojín si hace falta, pero descargalo. No dañes a nadie, pero libéralo. Porque solo entonces podrás usar esa emoción como un combustible, como esa energía que necesitas para poner límites y, lo más importante, para cumplirlos.

Un abrazo!

Pd: La respuesta es sí, mis sesiones 1 a 1 son igual de intensas y confrontacionales o peor (dependiendo la sesión), pero hablo con la misma compasión y tranquilidad que en este video en que digo más o menos lo mismo, pero suena tan distinto.

Aquí te dejo el video!

3 características que te enferman y cómo revertirlas. – YouTube https://www.youtube.com/watch?v=pGq0egUNIs8

Pd de la pd: La verdadera compasión a mi forma de ver, y basado en el libro Diamond Heart de A.H Almaas, es frontal. Es con la verdad por delante, sin importar lo dura que sea. Para mí, que te adornen las cosas para que no “duelan” no es compasión, es a mí parecer un insulto, una forma de menosprecio. Como si no pudiéramos lidiar con la verdad.

Imagen del autor

Quién soy yo?

Mi nombre es Ignacio Urzúa, me dedico a realizar acompañamientos uno a uno para ayudar a las personas a identificar y romper patrones de pensamiento y comportamiento repetitivos que limitan su vida. Me centro en explorar la infancia y la historia familiar de mis consultantes para entender y abordar los conflictos recurrentes en sus vidas.

Los beneficios de este acompañamiento incluyen el desbloqueo de obstáculos en las relaciones, la mejora de la calidad de las relaciones, la identificación de creencias limitantes, la reducción del estrés y el fomento del amor propio. La mayoría de mis consultantes describen las sesiones como un gran despertar, al darse cuenta hasta qué punto repetían su historia familiar y dirigían su vida en base a sus heridas de infancia.

Estaré encantado de acompañarte en tu proceso. 

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