Tu problema no es la culpa, es que tienes un ego gigante.
Sí, suena duro.
Pero si quieres adornos y frases bonitas, esta no es la newsletter para ti.
Aquí vamos al grano para que no te sigas ahogando otros diez años creyendo que tu problema es que “no puedes poner límites”.
No se trata de límites hacia los demás.
Se trata de ego.
Ese ego que te hace creer que si no estás para los demás, el mundo se desmorona.
Ese ego que te mete en el papel del salvador… mientras te vas rompiendo por dentro.
¿Sabes cómo opera?
Como si vivieras en una película donde tú fueras el protagonista y el resto espera que soluciones todo.
Te tragas la pena de los demás.
Te llenas de tareas que no te corresponden.
Pones tu vida en pausa para que otros sigan con la suya.
Y luego te preguntas por qué estás agotado.
No es por exceso de amor.
Es por exceso de control.
Pero como no suena bonito decir “me creo el centro de todo”, te repites frases como:
“Es que si no lo hago yo, no lo hace nadie.”
“Es que pobrecito, ¿cómo lo voy a dejar solo?”
“Es que no quiero que piense que soy egoísta.”
Te tengo noticias:
Eso no es ser empático. Es ser egocéntrico.
El ego sostiene esa imagen que tienes de ti y de cómo “debería” funcionar el mundo. Y lo hace con ideas que ni siquiera cuestionas.
La culpa aparece cuando esa voz en nuestra mente empieza a medirnos, a decirnos que no basta, que podríamos haberlo hecho mejor… y así, poco a poco, nos hace sentir que nunca es suficiente.
Y la culpa, cuando se disfraza de responsabilidad, te convierte en rehén.
Rehén de tus padres, de tus hijos, de tu pareja, de tus pacientes, de tus alumnos, de quien sea que necesite algo de ti.
Pero lo más grave no es lo que haces por otros.
Es lo que dejas de hacer por ti.
Y ahí es cuando empieza el resentimiento. El cansancio crónico. El vacío.
¿Te suena?
Mira, nadie te va a dar un diploma por arruinar tu vida “con buenas intenciones”.
Así que deja de actuar como si el destino de todos dependiera de ti.
No eres tan importante.
Y eso no es malo.
Es liberador.
Porque cuando dejas de cargar culpas que no te pertenecen, te queda espacio para algo nuevo:
Tu vida.
Tus intereses.
Tu paz.
Y no necesitas pedir permiso para eso.
Me parece que lo más egocéntrico es creer que tú no tienes derecho a vivir tu vida y el resto sí.
Como si fueras Jesucristo superstar.
Solo necesitas soltar el disfraz.
Tal vez, en realidad, lo único que intentas hacer es evitar el rechazo.
Y ese es otro tema.
Dejémoslo para el próximo domingo: el tema de la autoestima.
Eso.
Un abrazo.
Sé libre, al menos por un rato.